martes, 20 de enero de 2009

MI PEQUEÑA ROBIN HOOD

Contaba la historia que Robin de los Bosques, robaba el dinero a los ricos para repartirlo entre los pobres.

Pues esa historia, que jamas ha podido leer ni leerá nunca una de mis pequeñas brujillas, es lo que intenta emular reiteradamente.

La última, y la que ha inspirado esta entrada, fué la noche del 31 de Diciembre.

Estábamos todos con los nervios propios de los preparativos. Que si dónde ponemos la mesa. Que si dará tiempo a cenar. Abuela, no llores. Paula, hija, ahora no te puedo dar tetita. "Quiero tetita". Espera un poco. "¡Quiero tetita!". Ya lo sé, hija, espera que termine de ayudar a la abuela... ¡¡¡QUIERO TETITAAAAAAAA!!!

Cuando, de repente, ¡PLAF!. Un estrepitoso ruido nos hizo ovidarnos de todo. ¿Qué ha sido eso? Algo se ha caído en la terraza. ¿La terraza? ¡La terraza! ¡Horror! ¡Los perros! ¿Estaba la puerta cerrada? Si, no te preocupes.

La preocupación no era tanto por si alguno de los gorditos se había caído del noveno piso, puesto que sabemos que ninguno tiene tendencias suicidas, como por la comida, que ocupaba todo el suelo de la misma cual fresquera.

Ya, segura de que nuestra cena no peligraba, me acerco a la terraza para comprobar que una de las macetas, ubicadas en el alfeizar de mi antigua ventana, había caído sobre una de las cacerolas ¡Menos mal que estaba con tapa! Al ir a recolocarla ¿qué me encuentro? A ella, la culpable, la mamma, delatada por ser todavía lo suficiéntemente inocente como para no huir sin dejar huellas.

Y lo de las huellas tiene su por qué. Son cuatro las patitas que tiene mi pequeña gordita. Cuatro las que estaban sobre la cama. Y una la cara de sorpresa. Bueno, debería decir dos. La suya por el estruendo y el resultado inesperado de su pequeña incursión, y la mía por verla ahí, pasmada.

Tantos olores, tanta comida, una puerta cerrada... ¡pues habrá que buscar otro punto de acceso! Y lo encontró.

Y la llamo Robin Hood, porque creedme si os digo que si encontrara el modo de repartir tan delicioso botín con sus hijos, lo haría.

Aún recuerdo el día que la pillamos in fraganti, cogiendo algo de comida de un sitio alto y dejándolo caer para que lo saborearan sus cachorros. O cuando, no siento ellos ya tan pequeños, ladraba desesperada porque no había comida o agua en los cacharros, pero una vez repuesto, se retiraba para que ellos se saciaran y luego, si tenía ganas, continuar ella.

Pero no puedo enfadarme. No logro enfadarme. Ella es mi compañera de fatigas. La que aguanta mis llantos y mis desconsuelos. La que se arrima cuando sabe que necesito calor y se aleja sigilosamente cuando lo que busco es soledad. Podría decir que hasta es mi mentora en algunos casos como la crianza. El verle sacar ese instinto animal que nosotros tenemos perdido. Pelear por sus crías como una leona. Atender a sus llamadas con una abnegada disponibilidad. Y dejarles crecer, investigar, aprender... siempre bajo su atenta mirada.


Mis dos brujillas de cuatro patas. A la izquierda "la cachorra", Berta. A la derecha, aguantando los embites que le propinaba con el culo su hija, "la mamma", mi muñeca, mi reinona canina, Kilkenny. ¿No son dos preciosidades?

3 comentarios:

Unknown dijo...

Es realmente precioso.
Cada vez estoy más orgulloso de ti.
Estás hecha una bloggera de tomo y lomo.
Sigue así

Charo dijo...

Gracias, mi amor. Pero... chisss, disimula, ¡qué no se note que tengo enchufe!

Esther dijo...

Que sepas que me muerto de la risa, imaginando a Kilkeny con cara de asombro, es que son asi, primero ellos la lian y luego cuando se ha liado miran como diciendo .. ¿he sido yo?... ;-)