lunes, 30 de noviembre de 2009

CANGUROS PARA BEBÉS DE UN KILO

EL PAÍS SEMANAL del día 15 de Noviembre estuvo dedicado a los 20 años de la Convención de los Derechos del Niño, contando 20 historias de 20 países diferentes. Allí encontré este artículo.

REPORTAJE NIÑOS DEL MUNDO: SENEGAL
CANGUROS PARA BEBÉS DE UN KILO

Hay sitios en los que incluso una incubadora para salvar a los prematuros es un lujo. Como Dakar. Pero ante la adversidad, espíritu positivo. El doctor Ousmane Ndiaye aplica el método Canguro para sacar adelante a cientos de minibebés. Tan natural como eficaz.




Llega Fatou con un ratoncito sobre su pecho. Y luego Ndiye, de 23 años, con otro pequeñín, piel contra piel. Y después Aïssatou, guapísima, con un resplandeciente vestido rojo estampado con grandes flores, llevando a una criatura de diminutas manitas. Y finalmente, Nogaye, con otro minúsculo bebé entre su pecho y su colorista ropa de color azul eléctrico. Van pasando por el hospital municipal Abass Ndao y por el centro de salud Rey Balduino, ambos en Dakar, la populosa, desbaratada, pero seductora capital de Senegal.

Son todas madres con bebés prematuros. La niñita de Fatou se llama Mariétou, tiene 10 días y pesa sólo 1,100 kilos. La de Ndiye se llama Marie Gueye, tiene 15 días y pesa 1,400 kilos. Aïssatou Ndiaye tiene 24 años y tres hijos; la última, Mbéne, es una pequeñina de un mes y cuatro días y pesa 1,350 kilos. La hijita de Nogaye Gukou se llama Penda, tiene un mes y 17 días y pesa solamente 1,150 kilos; la mamá ha cumplido 17 años.

Todas han pasado por la consulta del profesor Ousmane Ndiaye, jefe del servicio de Pediatría del centro Abass Ndao, que decidió aplicar hace 11 años el método Canguro, importado de Colombia, donde comenzó a emplearse en los años setenta para sacar adelante a los bebés prematuros, ante la falta de medios e incubadoras en el país para atender a tanta mamá angustiada.

El método es muy sencillo, se basa en lo que ideó la naturaleza para los marsupiales: los recién nacidos completan su desarrollo fuera del útero, agarrados a las glándulas mamarias, protegidos del exterior en una bolsa; así, los minibebés humanos han de estar en contacto con el cuerpo de la madre o del padre, en el pecho, la zona más acogedora, las 24 horas del día y de la noche, hasta que ganen peso. Se aplica a criaturitas que nacen con menos de dos kilos; y se sigue el método Canguro hasta que alcancen los tres kilos.

El doctor explica que ese contacto permanente con un cuerpo transmite calor, seguridad, confianza al bebé; no se trata sólo de la temperatura, sino también de sentir tan íntimamente el latido del corazón y el ritmo de la respiración; tratamiento natural que se completa con la lactancia materna. "Los progenitores les dan calor, energía, afecto", explica el doctor, "y está comprobado que crecen más sanos, y psicológicamente más equilibrados... Y sin gasto alguno". "En el proyecto piloto que realizamos tras mi regreso de Colombia, de los 112 niños a los que aplicamos el método entre 1998 y 2005, sólo uno murió". Ousmane presentó el proyecto a Unicef, que ha decidido seguirlo, avalarlo y monitorizarlo desde el pasado enero. "Es pura naturaleza. Con unos resultados extraordinarios". De hecho, en países como España y Francia también se está extendiendo este sistema de incubadoras naturales. Naturaleza hasta cierto punto, porque, matiza Ousmane, "el programa incluye que la madre venga a consulta una vez a la semana; además, hacemos un seguimiento de la salud del niño hasta que cumpla cinco años".

Basta ver al rollizo Amadou, de dos años, que nació con sólo 900 gramos, para comprobar que el proyecto funciona. O al gordito Abdoul Aziz, que con cinco meses ya pesa 6,7 kilos, cuando nació con menos de dos.

Todas las madres acuden confiadas y muy arregladas a la consulta en el hospital. Conseguimos reunir a siete de ellas para las sesiones con Isabel Muñoz, que, hipnotizada con sus largos cuellos, enormes ojos, impecables vestidos, no duda en disparar miles de veces su cámara durante dos días.

Cuando le preguntamos a Nogaye, que se casó con sólo 16 años, cuántos hijos le gustaría tener, contesta sonriente: "No depende de mí. Los que Dios decida". ¿Es feliz, le falta algo? "Si encontrara un trabajo sería más feliz". ¿Su sueño? "Poder ayudar siempre a mis padres". ¿La persona a la que más admira? "Mi madre". ¿Qué mensaje enviaría desde El País Semanal a los niños del mundo? "Me gustaría que tuvieran una vida larga para que ayuden a sus padres cuando sean mayores".

Rafael Ruiz


Artículo 24 de la Convención sobre los Derechos del Niño
Niños y niñas disfrutarán del más alto nivel posible de salud y del acceso a servicios para el tratamiento de las enfermedades. Los Estados adoptarán medidas para reducir la mortalidad infantil

Para ver el original: http://www.elpais.com/articulo/portada/Canguros/bebes/kilo/elpepusoceps/20091115elpepspor_11/Tes

domingo, 29 de noviembre de 2009

FAUNIA

El otro día nos acercamos por primera vez a Faunia. Aquí os dejo algunas fotitos:


Los perritos de la pradera


Observando el estanque


Los pingüinos


Ahora soy un conejito


Ahora una tortuguita


¡Mi tamaño frente al de un elefante marino!


Recorriendo el mapa mundi


Con los lemures


¡Se está comiendo una hojita que le he dado!


Otro Lemur


Un precioso Tucán

La verdad es que estamos sacando un montón de fotos de animales. La idea es buscar información y hacer unas fichas para poder aprender más de ellos.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

HISTORIAS DE PARTOS


Se acerca el día. La verdad es que viendo mis dimensiones todos pensábamos que el pequeñajo se dejaría ver antes, pero se está haciendo de rogar.

No sé si a vosotros os pasa lo mismo, pero a mi, en cuanto me quedo embarazada, no paro de ver a gorditas. Si busco carro, no paro de ver padres con carritos de bebés. Vamos, que cuando me pusieron las gafas en el cole y jugábamos al baloncesto, todas los balones desviados iban al mismo sitio.

Ahora lo que me pasa es que me cuentan historias de partos, por cierto, bastante curiosas.

El otro día una amiga me comentaba que su prima parió en el cuarto de baño. La cosa fué más o menos así: "Cariño, tengo molestias, no son dolores, pero no sé por qué me da que estoy de parto. Anda, llama a tu padre que venga a quedarse con la niña, mientras voy al baño". En esto que en el baño le da un dolor muy fuerte y cuando se quiere dar cuenta tiene al niño fuera. "¡Menos mal que lo noté que sino se cae al suelo!". Total, el marido histérico, recogiendo, limpiando y vomitando a la vez. Llamada a urgencias que les dicen que no corten el cordón pero que lo aten. El padre que coge a la madre y al bebé y les lleva a la cama. Llegada de ambulancia que les acerca al hospital. Mismo ginecólogo que en el anterior parto. Cosa rara, reconoce a la parturienta y le pregunta "¿pero es que tú no puedes tener un parto normal?" (en el anterior la "niña" iba a a ser niño hasta que nació, por lo que la madre, al ponérsela encima, dijo algo así como que no era suya ¡si esperaba un bebote!). En la revisión comprueban que la madre y el niño están estupendos. Ella sin episotomía y el bebé ¿cómo va a estar si se ha mantenido todo el rato en los brazos de su madre?. Al darles el alta al día siguiente le ofrecen a la madre un psicólogo para superar la situación y ésta responde: "¿Para mi?" y, señalando al padre, "para él que es el traumatizado". El pobre padre solo hacía que pensar que tenía que cambiar el colchón nuevo, porque ya se había estropeado, y que también tenía que cambiar el suelo del cuarto de baño, porque tiene una mancha imborrable de sangre. Yo tengo que reconocer que, según me lo contaban, estaba pensando ¿cambiar el suelo? ¿quitarlo? ¡¡¡Yo pondría un graffiti indicando "Aquí nació mi hijo"!!!.

Comentándolo con otra amiga, me contó el caso de su hermana. Resulta que un día le dió por las naranjas. Vamos, que para que no saliera con la famosa mancha de antojo la chiquitina, se comió ella solita un kilo. Esa noche como comprenderéis la tripa no le dejaba en paz. Ella no hacía más que ir al baño, aunque el caso es que no salía nada. Bueno, nada, nada... cuando se quiso dar cuenta tenía la cabeza de su hija entre las piernas. Según ella, si se descuida cae a la taza. El marido llamando al vecino y entre los dos la llevan al hospital. A todo esto ella reteniendo a la peque entre las piernas. Llegan al Doce de Octubre, y cunado el padre quiere volver del coche con las cosas la peque ya ha nacido. Y eso, que como dice él, aparca en la puerta debido a su invalidez, que tiene que andar con muletas.

Hoy ponemos la radio en el coche y están terminando de relatar un nacimiento en un tren de la India. Por lo que oímos el peque ha nacido en un water del tren y se ha caído a la vía. La madre se desmayó tras el alumbramiento durante unos minutos y cuando se recupera consigue avisar a su familia. Paran el tren y varios hombres se lanzan en su búsqueda. Gracias a Dios, Buda o quien sea, el bebé, pese al golpetazo, el tiempo hasta que le recojen, etc, está sano y salvo. Ahora permanece ingresada (fue una niña) debido a su nacimiento prematuro, pero no a las condiciones sépticas de su nacimiento.

Y para terminar el relato de otra amiga que con muy buen humor y sensibilidad comenta el parto de su segunda hija. Cómo te surgen las dudas de saber si estás o no de parto, ya que las contracciones no son ni tan dolorosas, ni tan rítmicas como te han contado. Cuando, al comenzar a estar segura, ya todo se ha acelerado. No hay tiempo. Hay que dejar a la peque mayor en el cole, mientras viene el cuñado para hacerlo, se dedica a hacer las cosas de la casa y a preparar a su hija. Entonces se pregunta ¿podría hacer todo esto si de verdad estoy de parto? Por fin salen hacia la clínica y se encuentran con un atasco impresionante que no les permite avanzar nada. Da igual que hagas sonar el claxon, que saques los famosos pañuelos blancos por la ventana.. los coches no se mueven. Ya se plantea pasar al asiento trasero para poder dar a luz, porque no aguanta más. Por fin un coche de la policía se pone a su lado y les dice que le sigan. Con una carrera digna de película, se plantan en diez minutos en la clínica. Al llegar allí, comenta que está en expulsivo, y la chica de la recepción sale corriendo a por una silla de ruedas. Cuando la encuentra se gira y ve que mi amiga le ha estado siguiendo por todo el hospital. Esa misma chica le comenta que como llega tan mal que le atienda el primero de los ginecólogos que vean. "Si hombre, he dejado pasar 4 hospitales, y ahora a 50 metros de mi ginecólogo, me van a llevar a otro que lo primero que va a hacer es ponerme en un potro". Total, que va gritando por los pasillos el nombre de su gine, para que quede claro y para encontrarle antes. Por fin entra en la sala, en penumbra, sin casi instrumental y en la que le dan a elegir cómo quiere parir. Le ha costado, pero tiene su parto natural. Un parto respetado y que no le importaría repetir. Lo podéis leer por ella, mejor contado y de primera mano, en http://www.criarconelcorazon.org/ la pestaña "vivencias" (abajo), y el post de "Flavia". Merece la pena hacerlo.

Vamos, con todo esto y lo hipocondríaca que es una en ocasiones, de verdad que cuando voy al baño ya lo hago bastante mosca... ¿Serán gases? ¿Retortijones? ¿O estaré pariendo? Y aunque suene escatológico, no sé si acolchar la taza para amortiguar el golpe o ponerme la mano delante por si noto la cabeza de mi hijo salir corriendo hacia un lugar más cómodo. Aunque con el tamaño que me han dicho que tiene, no creo que me pase como a la mujer del tren.

Sé que todos estos son partos "anormales", en el sentido de que no son los que estamos acostumbrados a escuchar, pero sinceramente, son el parto que me gustaría tener. Partos naturales, expontáneos, y no esos medicalizados a los que nos someten ahora. Esos en los que parece que el cuerpo de la mujer no está preparado para engendrar y parir un hijo. No olvidemos que somos animales y que tenemos instinto... aunque intenten anulárnoslo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS

El otro día estábamos los tres comiendo en un restaurante. Al lado había dos parejas y una niña de un año, más o menos, menor que Paula. Mi hija, cuando terminó de comer, mucho antes que nosotros, se bajó de la mesa e iba de su padre a mi jugando y contándonos cosas. La otra niña estaba sentada en su trona, sin juguetes, los padres de cháchara y regañándola por cualquier cosa que hacía. Sobra decir la poca movilidad que tenía y que el regaño venía por el simple hecho de girarse a ver a Paula. Recuerdo que pensé ¿no se dan cuenta de que es una niña y que necesita moverse? ¿Piensan tenerla ahí, sin hacerle ni caso mientras dure toda su sobremesa?

Por otro lado, el padre, se encargó de jactarse bien alto, para que nos enterásemos, de lo bueno que era educando a su hija, lo recto, duro, etc. ¡¡¡Es que no veas lo borrica que se pone para vestirla, si no lo haces por la fuerza..!!! ¡¡¡Y meterla en el coche, si tiene más fuerza que yo!!! Me dieron ganas de responderle diciendo: con todo lo mal que piensas que educo a mi hija, yo no tengo esos problemas.

Hoy, colocando papeles, ha aparecido este artículo que me dio mi hermana hace tiempo. Para mi una joya que hay que leer:

LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS
Gustavo Martín Garzo
El País, domingo 15 de junio de 2008

En una ocasión, Fabricio Caivano, el fundador de Cuadernos de Pedagogía, le preguntó a Gabriel García Márquez acerca de la educación de los niños. "Lo único importante, le contestó el autor de Cien años de soledad, es encontrar el juguete que llevan dentro". Cada niño llevaría uno distinto y todo consistiría en descubrir cuál era y ponerse a jugar con él. García Márquez había sido un estudiante bastante desastroso hasta que un maestro se dio cuenta de su amor por la lectura y, a partir de entonces, todo fue miel sobre hojuelas, pues ese juguete eran las palabras. Es una idea que vincula la educación con el juego. Según ella, educar consistiría en encontrar el tipo de juego que debemos jugar con cada niño, ese juego en que está implicado su propio ser.

Pero hablar de juego es hablar de disfrute, y una idea así reivindica la felicidad y el amor como base de la educación. Un niño feliz no solo es más alegre y tranquilo, sino que es más susceptible de ser educado, porque la felicidad le hace creer que el mundo no es un lugar sombrío, hecho sólo para su mal, sino un lugar en el que merece la pena estar, por extraño que pueda parecer muchas veces. Y no creo que haya una manera mejor de educar a un niño que hacer que se sienta querido. Y el amor es básicamente tratar de ponerse en su lugar. Querer saber lo que los niños son. No es una tarea sencilla, al menos para muchos adultos. Por eso prefiero a los padres consentidores que a los que se empeñan en decirles en todo momento a sus hijos lo que deben hacer, o a los que no se preocupan para nada de ellos. Consentir significa mimar, ser indulgente, pero también otorgar, obligarse. Querer para el que amamos el bien. Tiene sus peligros, pero creo que éstos son menos letales que los peligros del rigor o de la indiferencia.

Y hay adultos que tienen el maravillosos don de saber ponerse en el lugar de los niños. Ese don es un regalo del amor. Basta con amar a alguien para desear conocerle y querer acercarse a su mundo. Y la habilidad en tratar a los niños sólo puede provenir de haber visitado el lugar en que éstos suelen vivir. Ese lugar no se parece al nuestro, y por eso tantos adultos se equivocan al pedir a los pequeños cosas que no están en condiciones de hacer. ¿Pediríamos a un pájaro que dejara de volar, a un monito que no se subiera a los árboles, a una abeja que no se fuera en busca de las flores? No, no se lo pediríamos, porque no está en su naturaleza el obedecernos. Y los niños están locos, como lo están todos los que viven al comienzo de algo. Una vida tocada por la locura es una vida abierta a nuevos principios, y por eso debe ser vigilada y querida. Y hay adultos que no sólo entienden esa locura de los niños, sino que se deleitan con ella. San Agustín distinguía entre usar y disfrutar. Usábamos de las cosas del mundo, disfrutábamos de nuestro diálogo con la divinidad. Educar es distinto a adiestrar. Educar es dar vida, comprender que el dios del santo se esconde en la realidad, sobre todo en los niños.

En El guardián entre el centeno, el muchacho protagonista se imagina un campo donde juegan los niños y dice que eso es lo que le gustaría ser, alguien que escondido entre el centeno los vigila en sus juegos. El campo está al lado de un abismo, y su tarea es evitar que los niños puedan acercarse más de la cuenta y caerse. "En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos". El protagonista de la novela de Salinger no les dice que se alejen de allí, no se opone a que jueguen en el centeno. Entiende que ésa es su naturaleza, y sólo se ocupa de vigilaros, y acudir cuando se exponen más de lo tolerable al peligro. Vigilar no se opone a consentir, sólo consiste en corregir un poco nuestra locura.

Creo que los padres que de verdad aman a sus hijos, que están contentos con que hayan nacido, y que disfrutan con su compañía, lo tienen casi todo hecho. Sólo tienen que ser un poco precavidos, y combatir los excesos de su amor. No es difícil, pues los efectos de esos excesos son mucho menos graves que los de la indiferencia o el desprecio. El niño amado siempre tendrá más recursos para enfrentarse a los problemas se la vida que el que no lo ha sido nunca.

En su reciente libro de memorias, Esther Tusquets nos cuenta que el problema de su vida fue no sentirse suficientemente amada por su madre. Ella piensa que el niño que se siente querido de pequeño puede con todo. "Yo no me sentí querida y me he pasado toda la vida mendigando amor. Una pesadez". Pero la mejor defensa de esta educación del amor que he leído en estos últimos tiempos se encuentra en el libro del colombiano Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos. Es un libro sobre el misterio de la bondad, en el que puede leerse una frase que debería aparecer en la puerta de todas las escuelas: "El mejor método de educación es la felicidad". "Mi papá siempre pensó -escribe Faciolince-, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo". Y unas líneas más abajo añade: "Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres. Sin ese amor exagerado que me dio mi papá, yo hubiera sido mucho menos feliz".

Los hermanos Grimm son especialistas en buenos comienzos, y el de Capèrucita Roja es uno de los más hermosos de todos. "Érase una vez una pequeña y dulce muchachita que en cuanto se la veía se la amaba. Pero sobre todo la quería su abuela, que no sabía qué darle a la niña. Un buen día le regaló una caperucita de terciopelo rojo, y como le sentaba muy bien y no quería llevar otra cosa, la llamaron Caperucita Roja". Una niña a la que todos miman, y a la que su abuela, que la ama sin medida, regala una caperuza de terciopelo rojo. Una caperuza que le sentaba tan bien que no quería llevar otra cosa. Siempre que veo en revistas o reportajes los rostros de tantos niños abandonados o maltratados, me acuerdo de este cuento y me digo que todos los niños del mundo deberían llevar una caperuza así, aunque luego un aguafiestas pudiera acusar a sus padres de mimarles en exceso. Esa caperuza es la prueba de su felicidad, de que son queridos con locura por alguien, y lo verdaderamente peligroso es que vayan por el mundo si ella. "Si quieres que tu hijo sea bueno -escribió Héctor Abad Gómez, el padre tan amado de Faciolince-, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad".


Leyendo esto, creo que ahora se entiende mejor la viñeta que me envió, otra vez mi hermana, hace unos días:


Creo que este padre no se sienta lo suficientemente con su hijo, no le mira, no le atiende, o simplemente, pretende dirigirle demasido el juego. Creo que muchos de nosotros deberíamos aprender del padre de Faciolince y de él mismo. El problema es cómo romper con tantas costumbres aprendidas y sufridas ya que es lo que sabemos hacer. A mi entender eso lo difícil, porque soy de la opinión de que casi todos los padres amamos a nuestros hijos y hacemos lo que consideramos que es mejor para ellos.

Viñeta obtenida de El País Digital el día 13 de Noviembre de 2009.